Os explicaré una vivencia personal. En mi época universitaria compaginé los estudios con un trabajo puntual en una floristería. Sólo trabajaba los días especiales (Día de la Madre, Sant Jordi, Navidades…). Había muchísimo trabajo pero en los pocos momentos que teníamos libres la Sra. María Antonia, dueña de la floristería, me enseñaba pinceladas de lo que era su profesión y pasión. Me enseñó la manera de armar ramos, la mejor manera de conservar la flor cortada, la disposición y orden de los distintos elementos para que el ramo o centro de flores luciera en su máximo potencial, y la combinación adecuada de los colores de las distintas flores. La recuerdo con gran cariño. Mucho antes de que me especializara en mi formación, me explicó que cada color tenía un significado: “el amarillo es el color de la amistad” me dijo, “significa vitalidad. PROHIBIDO utilizarlo para un funeral”. Esa frase me marcó (después de tantos años, no la he olvidado).
No sólo por lo contundente de su afirmación si no por el protocolo cromático de la ocasión. Me planteó la duda de que, si al difunto le encantaba el color amarillo, si todos seguían el protocolo en vez de su instinto sería un funeral bastante despersonalizado.
Pasaron los años y me topé con un cuento del que muchos padres, madres, maestras y maestros hablan maravillas “El monstruo de los colores”. Para quién no lo conozca, a groso modo, narra las diferentes emociones de un monstruo a través de los colores, cada color simboliza una emoción, para facilitar a los niños el conocimiento sobre algo tan intangible pero cotidiano como las emociones. Dicho cuento lo trabajaban en la clase de mi hijo que por aquel entonces tenía 2 años. Un día fui a recogerlo y su maestra me explicó con tono entristecido que cada niño había escogido una emoción para pintar y que mi hijo había pintado la tristeza. No fui capaz de reaccionar en aquel momento, pero salí de la clase muy ofendida. La maestra insinuaba que mi hijo estaba triste, cuando lo que yo simplemente vi su color preferido plasmado en una careta triste. Sí, mi hijo adoraba el color azul: en los pijamas, en las deportivas, en su mochila, en su toalla de baño, en su ropa de vestir… con la edad de 2 años vivió su etapa azul de manera alegre e intensa. Desconozco sus razones, quizás le transmitía serenidad, quizás fluidez, quizás se sintió más cercano a su superhéroe de cómic al llevar el mismo color. Quién sabe.
¿Desconfío entonces, de la cromoterapia?
Rotundamente no, no desconfío de ella. Es más, la encuentro vital para motivarnos, para emocionarnos, para conocernos. Tanto confío en ella que soy arteterapeuta, y confío en las herramientas de la pintura para descubrirse a uno mismo y expresarse.
La cromoterapia consiste en la utilización de los colores a través de la luz y de entornos para sanarse. Y la Arteterapia se enriquece con ella para trabajar y sacar, a través del color y las formas, emociones y vivencias del inconsciente a la parte consciente de nuestra persona.
Pero encuentro importante saber dilucidar, saber separar las aportaciones terapéuticas del color de la imposición de etiquetas hacia las personas por sentirse afines con un color en concreto. En especial, si las etiquetas derivan a un concepto negativo del color, y por ello, de la persona.
A la raza humana nos encanta clasificar. Cada cultura tiene asignado un significado para cada color, por ejemplo el color del luto no es el mismo en Occidente que en Oriente. Y el protocolo, según el país, definirá la manera de vestir y la manera de ornamentar en las situaciones públicas e institucionales. Pero eso son las situaciones protocolarias. No significa que el color en sí sea inamovible ni estático, ni válido para todas las personas. El significado del color vendrá de experiencias previas y se asignará un estado, un sentimiento que puede, a la larga, resignificarse y modificar.
El ser humano es cambiante, nuestras emociones, nuestras situaciones varían, ¿por qué va a ser el mismo significado, por qué va a tener una única identidad? Una de las cosas que más he aprendido con Arteterapia, y que sigue siendo un reto constante, es el no juzgar, ni a los demás ni a mí misma. No somos tristes si nos gusta el azul o el negro. No somos impulsivas si nos atrae el rojo, no somos hiperactivas si nos encanta el amarillo. Dejemos de clasificar de manera negativa, dejemos expresarnos de manera libre y sin censura.
¿Resuenan en ti mis palabras? ¿Te has identificado con algún color de connotación negativa? ¿Tiendes a vestir del color con el que te identificas?
Gracias por pasarte a leer. Siéntete libre para comentar.
Silvia says
Estoy totalmente de acuerdo contigo. Me he enfadado yo tb con esa profesora sólo de leerte jajaja ¿por qué existirá esa ansia de clasificar y cuadricular? ¿Será una forma de querer controlar lo incontrolable? ¿ La falsa seguridad que se siente cuando crees entender todo?
Maite Galán says
El ser humano necesita identificar y clasificar con precisión de cirujano, no lo podemos evitar jajajaja!! Para mi, lo mejor es ser consciente de que la clasificación se diluye cuando acaba el «juego de etiquetar». Cuando se acaba el juego, volvemos a ser todos personas con toda nuestra riqueza y nuestra complejidad. ¿Qué maravilloso sería verdad?
Gracias por comentar y por tu tiempo. Un abrazo
Monica Aguirre says
Muy interesante soy artista plástica y estoy súper de acuerdo en que el ser humano es cambiante y transformador de emociones y sentimientos, los colores son una herramienta para poder expresar lo que llevamos dentro.
Maite Galán says
¡Muchas gracias por tu aportación, Mónica! Y qué maravilla que podamos expresar y transformar nuestro sentir a través del color y del trazo. ¡Un abrazo!